En las Landas hay un espectáculo mágico y completamente gratuito que tiene lugar todas las tardes a la misma hora y que, sin embargo, es siempre diferente: el atardecer sobre el mar.

Se acercan sin prisas, de poco en poco, como atraídos por una fuerza misteriosa. Hay quien se para en el camino para comprar un helado, otros esperan tomando algo en una terraza. Los más impacientes ya están ahí, en primera fila, sentados en el paseo marítimo o directamente sobre la arena fresca. Algunos niños juegan todavía en la playa, sus risas entremezclan con el sonido de las olas, los graznidos de las gaviotas y las melodías que emanan de los cafés y restaurantes vecinos.

El sol desciende poco a poco hasta zambullirse en el océano. El cielo se tiñe de mil colores ante los enamorados que lo contemplan abrazados, cabeza con cabeza. Un instante y se acabó. Algunos aplausos, la muchedumbre se dispersa, se encienden las farolas y la oscuridad envuelve poco a poco a la playa y el océano. Baja el telón, la noche puede comenzar, aún más hermosa que el día.